Jordi Tarré (restaurante Prodigi): "El CETT me enseñó a cocinar y me transmitió valores como el esfuerzo y las ganas de aprender"

Abrir un negocio de restauración

El restaurante que has abierto se llama Prodigi, un nombre con un significado y un origen diferente al que podemos imaginar.

El nombre Pro-Di-Gi es un juego de palabras que surge de la ubicación del restaurante, entre Provença, la avenida Diagonal y Girona. Este juego de palabras se le ocurrió a mi padre, que es taxista y siempre tiene las calles en la cabeza, imagino.

El restaurante ha abierto recientemente, pero ya te han dedicado artículos positivos en diarios como La Vanguardia y El Periódico. ¿Cómo recibes estos elogios?

Al final, cuando la gente habla bien sobre lo que uno hace, siempre ilusiona. En este caso, no es diferente, pero me gusta tener los pies en el suelo y no dejarme llevar mucho por estas cosas. Al final, lo único que me importa es el día a día, que el restaurante funcione y que los clientes sigan repitiendo.

¿Un buen cocinero nace o se hace?

Uf… Esta pregunta es muy difícil, ya que primero deberíamos definir qué es ser un buen cocinero. Creo que en cualquier profesión la práctica hace al maestro, y en ésta no es diferente. La única respuesta posible que puedo dar a un concepto tan general es que desde mi punto de vista el esfuerzo, el sacrificio, la constancia y la implicación superan con mucho el talento personal.

Estudiar cocina

¿Qué supuso tu formación en el CETT?

Fue un aprendizaje de 360 grados. Me ayudó a entender la gastronomía y cocinar, aparte de enseñarme valores muy importantes, como la constancia, el esfuerzo y las ganas de aprender. Por lo general, en el CETT los estudios están muy bien planteados y cubren todas las necesidades de una persona que quiere empezar en la hostelería.

Después del CETT, continuaste formándote en cocinas como las del Hisop, el Mandarin de Hyde Park y el triestrellado Fat Duck. ¿Qué te supuso pasar por ellas?

Al final es un recorrido. En cada sitio aprendes cosas nuevas que al final te van definiendo como cocinero. No sabría decir qué en concreto, pero lo que sí sé es que Fat Duck fue mi punto de inflexión en la cocina.

Has abierto un negocio en situación de pandemia mientras otros locales de restauración han tenido que bajar la persiana. ¿Temeridad o confianza absoluta en el proyecto?

No existe la confianza absoluta en un proyecto porque siempre hay miedos, pero el trabajo lo tenía hecho. Estaba preparado y tenía un sueño que quería cumplir desde los dieciocho años.

Más allá del nombre del establecimiento, ¿qué papel han jugado tus padres en la idea de emprender el proyecto del Prodigi?

Ellos me ayudaron desde el primer momento hasta el último, y hoy en día siguen haciéndolo.

¿Qué le dirías a un joven que quiera dedicarse a la gastronomía, pero que todavía no se ha decidido a formarse?

Le diría que primero tenga claro todos los puntos negativos de este mundo. Que se lo piense muy bien. Si la respuesta es sí, sin duda, el primer paso es formarse en una escuela de hostelería.

¿Cómo te ves dentro de cinco años?

Es una pregunta que realmente no he pensado todavía. Vivo el día a día y lo que me trae. Lo que me gustaría es que en cinco años el restaurante funcione, que haya podido estabilizar tanto mi vida profesional como la personal y que mis trabajadores tengan las mejores condiciones del mercado.