Enoturismo: el turismo feliz que busca profesionales cualificados
A los que saben que me dedico a estudiar el enoturismo como fenómeno económico y social, me preguntan, insistentemente, si esto no deja de ser una moda pasajera, algo que ocupa de forma temporal las portadas de los suplementos dominicales y las principales propuestas de fin de semana en las agencias de viajes. Les digo que las modas sí son pasajeras pero que el enoturismo se ha convertido, en las regiones donde se empezó a implantar, en una realidad perdurable, transformadora y creadora de riqueza.
El maridaje entre vino y turismo es, sin duda, explosivo. No hay mejor binomio que ayude a realzar las mejores cualidades y valores de estos dos mundos que vivieron en paralelo demasiado tiempo sin establecer apenas ningún contacto. Si le preguntas a un bodeguero cuál es la mejor forma de vender su vino, la respuesta será siempre la de explicar, de primera mano, el alma de su vino, aquellas características que lo hacen único y diferente a los demás. Y, a poder ser, que el entorno sea el de la propia bodega y sus viñedos. El turismo es precisamente el que acerca a tan deseado visitante a la región de los vinos. Pero a diferencia de los vinos, y esto ya cuesta más de entender, el turismo forma parte de la industria de la felicidad, de aquella que trabaja para hacer felices a sus clientes generando experiencias únicas, vivencias intensas con dosis de didáctica, estimulación y empatía. Porqué, en definitiva, no nos engañemos, nosotros los turistas, fundamentalmente lo que queremos es ¡pasarlo bien!
La cultura del vino es muy amplia y el turismo encuentra en ella muchos atractivos donde desarrollar su oferta (catas de vinos, visitas a bodegas, paseos entre viñedos, festivales de música, arte, etc.). Es, seguramente, el sector donde más y mejor se puede tener una vivencia turística plena porque tiene a su disposición la posibilidad de trabajar todos los sentidos.
No, no es una moda. El año pasado pasaron más de 2,5 millones de visitantes en las Rutas del Vino de España, en las regiones europeas el volumen se acerca a los 15 millones de visitantes y, en el 2014 Cataluña cerró con 900 mil enoturistas y cerca de 22 millones de euros de gasto directo, un 60% más que cinco años atrás. Con estas cifras de vértigo, son pocas las bodegas y regiones vitivinícolas que no se planteen el enoturismo como una estrategia de desarrollo económico que les permita vender más y mejor sus productos y que permita generar economía en la región gracias a la movilidad del turista por el territorio.
Pero de la misma manera que el corazón no lo es todo para hacer un buen vino, el enoturismo no consiste sólo en poner un horario en la puerta y esperar a que los visitantes tengan la mejor experiencia de su vida en la bodega. Si en su momento tocó tecnificar la viticultura y los procesos de vinificación, ahora las empresas de elaboración de vino y cava tienen el reto de profesionalizarse en los servicios turísticos, pues deben empezar a entender que son negocios diferentes aunque muy complementarios. Un paso importante, y valiente para la economía de muchas pequeñas bodegas, es la inversión en infraestructuras para atender mejor al visitante. Pero no lo es todo, el servicio de atención, el diseño de la visita, el marketing, la creación de productos y el conocimiento de la demanda turística resulta igual o más importante.
Por todo ello, la necesidad formativa de muchos profesionales (del turismo y del sector vitivinícola) se hace indispensable para asumir este reto. Pero también para jóvenes recién titulados que ven un nuevo campo donde desarrollar su carrera profesional y a muchas personas vinculadas al mundo de la restauración, el territorio o la cultura.
Por este motivo, CETT eLearning inicia el próximo 4 de abril, el Curso intensivo de Enoturismo en metodología 100% online. Con este curso se pretende ofrecer una solución práctica, simple y garantizada para cubrir estas necesidades formativas de un turismo experiencial en plena expansión.
Damià Serrano Miracle
@damiaserrano